Dedicado a:
Esther Rodriguez
que siempre me anima
a terminar mis
relatos.
Y miré, y vi un caballo pálido;
y el que estaba montado sobre él se llamaba Muerte;
y el Hades le seguía muy de cerca.
(Apocalipsis. 6.8.)
Les observo a través de una pequeña grieta en la pared de mi escondrijo. Ahí están, deambulando, con la mirada perdida. No saben donde estoy exactamente, pero me presienten, saben que estoy cerca y no marcharán mientras sientan mi presencia. Deben ser unos cincuenta individuos, un número demasiado grande para confrontarlos directamente yo solo.