domingo, 6 de noviembre de 2011

La Casa Negra.

El anciano avanzaba lentamente apoyándose en su andador.



Al pasar frente a un kiosko, se detuvo unos instantes para dar un descanso a sus doloridas piernas mientras observaba las portadas de las revistas. La maldita artritis le estaba castigando duro esa mañana.

Una de las portadas mostraba la fotografía de una cantante muy de moda en esos momentos. La mujer de la foto le recordó a Yolanda, la bella y dulce Yolanda con quien compartió 110 años de felicidad. No es que se parecieran realmente, pero algo en sus rasgos se la recordó.

Dejó escapar una lágrima que resbaló por su arrugada mejilla hasta llegar a la barbilla. Hacía ya ocho años que su esposa había dejado este mundo dejándolo solo.

Ese pensamiento le recordó el motivo que le había traído a esa parte de la ciudad. Reanudó su lento paseo con la determinación brillando en sus ojos.

Se detuvo de nuevo, unas calles más abajo para observar a unos chicos que jugaban al fútbol en el patio de una escuela. Eso le recordó cuando Yolanda y él iban juntos al Camp Nou. De hecho, la conoció en el campo, ella estaba guapísima con su camiseta del Barça y unas rayas azules y granas pintadas en sus mejillas...

¿Pero, qué estaba haciendo allí? ¿Como diablos había llegado frente a ese patio de escuela? ¿Porqué no estaba Yolanda paseando a su lado?

El breve lapso de memoria duro poco, lo recordó todo al ver la Casa Negra al otro lado de la calle. Ese era su destino, la Casa Negra, había decidido ingresar en ella cuando su médico le había diagnosticado la enfermedad de Alzheimer.



Las Casas Negras no tenían rótulos en su fachada, pero todo el mundo conocía su función. Tras un suspiro de determinación traspasó las puertas del establecimiento.

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Al entrar en el local dos bellas muchachas vestidas con un escueto uniforme de azafata salieron a su encuentro. Una de ellas sostenía una botella de cava y una copa.



-Bienvenido a la Casa Negra- dijo la muchacha que tenía las manos libres.- ¿Le apetece una copita antes de iniciar su viaje?

-¿Porqué no?

-¿Cual es su nombre?

-Alberto-

-Yo me llamo Alicia- continuó la chica mientras su compañera abría la botella y llenaba la copa.- Mi amiga se llama Bea. Seremos sus azafatas en este viaje, cualquier cosa que quiera no dude en pedírnosla.

-¿Cualquier cosa?-preguntó mientras cogía la copa que Bea le tendía.

-Si esta en nuestras manos concedérsela, no lo dude.

-¿Podrían...podrían enseñarme los pechos?

Las muchachas sonrieron y desabrochándose las diminutas chaquetillas dejaron sus pechos al descubierto.

-Gracias, hacía mucho tiempo que no veía los pechos de una mujer fuera de la pantalla de TV.

-Por aquí.-dijo Alicia señalando una puerta.

Traspasaron la puerta y las muchachas le quitaron el andador y le condujeron a través de un pasillo sosteniéndole ellas mismas.

-¿Y mi andador? ¿Porque me lo quitan?

-Ya no lo necesita, Alberto.

-¿Que harán con él?

-Se lo daremos a alguien que lo necesite.

-Supongo que es lo correcto.

-Claro que si. Ya hemos llegado.

Entraron a una pequeña estancia donde predominaba un cómodo sillón situado en el centro de la misma. La pared de enfrente era una enorme pantalla de TV.

Lo acomodaron en el sillón y lo sujetaron al mismo mediante unas correas, pero sin apretar demasiado.

-Ahora, hagamos que este viaje sea placentero para todos sus sentidos. ¿Desea escuchar algo de música, o tal vez oír algo como el canto de los pájaros?

-Si, algo de música estaría bien.

-¿Ha pensado en algo en concreto?

-¿Qué tal “Highway to Hell” de AC/DC?

-¿Lo cree apropiado?

-Los roqueros van al infierno, nena.

Alicia sonrió y tecleó en una consola.

-Ahora la vista. ¿Ha pensado en algo?

-Mientras se queden ustedes aquí con los pechos al aire, tengo suficiente.

-De acuerdo. ¿Algún olor y sabor que quiera experimentar?

-Marihuana.

-Un roquero de los de antes, ¿eh?

Alicia tecleó de nuevo, mientras Bea le ponía unos auriculares y una mascarilla conectada a un largo tubo que desaparecía tras una pared.

Las dos se pusieron frente a el y se desprendieron de sus chaquetillas para que Alberto pudiera observar sus pechos a placer.

Los primeros acordes de “Highway to Hell” empezaron a atronar sus oídos y la estridente voz de Bon Scott se unió a la música:”Living easy, living free, season ticket on a one-way ride...”.

Un fuerte olor a maría invadió sus fosas nasales y le transportó al concierto de AC/DC en el Palacio de Deportes. El daba saltos al ritmo de la música con Yolanda sentada sobre sus hombros. Ella se había sacado su camiseta, dejando sus pechos al aire, y la agitaba por encima de su cabeza.

Echo un último vistazo a los pechos de las chicas y cerró los ojos dejándose llevar por las sensaciones que despertaban el olor y la música. ¡Que diablos, no lo había hecho tan mal!. Habían sido 143 años de vida bien aprovechados.

Tres minutos más tarde, el viaje de Alberto llegó a su fin.

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-Bueno, este ha sido de los fáciles- dijo Alicia.

-Si- contestó Bea.- No nos ha pedido nada demasiado raro.

Alicia cogió el comunicador que colgaba de su cinturón y se lo acercó a los labios.

-Aquí la azafata número 7734/12. Pueden pasar a recoger los restos de nuestro viajero.

Una voz anónima le confirmó el recibo del mensaje. Las muchachas se pusieron sus chaquetillas y salieron al vestíbulo para recibir al próximo viajero.

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Año 2129. La esperanza de vida, gracias a los avances en medicina era de unos 200 años . Pero, tarde o temprano, las enfermedades que conllevaba la vejez alcanzaban a todos. Artritis, artrosis...y la peor de todas según el parecer de Alberto, el Alzheimer. Llegaba un punto en que la vida ya no era deseable. Por eso se crearon las Casas Negras. Un lugar donde librarse de los dolores del cuerpo y del alma. Un lugar donde abandonar este mundo de forma agradable.

FIN

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