jueves, 28 de julio de 2011

Zuriel

Hace un tiempo publiqué en este blog un relato en tres partes titulado “El Apóstol”. En el narraba el viaje temporal del protagonista a los tiempos de Jesús y como este le nombraba su apóstol en el siglo XXI. Unos amigos que leyeron el relato me dijeron que no queda claro si el protagonista consigue cumplir con su misión y que estaría bien que lo aclarara en una segunda parte. Aunque al principio me rehusé a escribir la continuación de algo tan cargado de misticismo, ciertas complicaciones surgidas en mi vida durante el último mes me han hecho pensar mucho en conceptos como Dios o la vida después de la muerte. Y en esas circunstancias me reencontré accidentalmente con El Apóstol. No se, algo me impulsó a escribir esta continuación.




El 3º de 7

El hombre que esperaba en el andén de la estación era alto y fornido, la larga gabardina con que se protegía del frío invernal apenas podía ocultar su impresionante musculatura. Tenía los ojos oscuros, nariz aguileña, labios grandes y piel oscura.

Metió la mano en el bolsillo derecho de la gabardina y acarició el detonador que llevaba oculto, la sacó de allí cuando vio acercarse al tren. Subió al transporte y se sentó junto a la ventana.

El vagón estaba prácticamente vacío, no era extraño ya que estaban al principio del trayecto. Esperaría a que el tren llegara a mitad de su recorrido, entonces estaría lleno hasta los topes y podría cumplir con la misión divina que lo había llevado hasta allí.

A pesar de que había mucho sitio en el vagón, el hombre que subió con él en la estación se sentó frente a él. Aparentaba unos cuarenta años, debía medir 1,70 m., era delgado aunque de estómago abultado, debido seguramente a una vida sedentaria pensó.

Se preguntó porqué se habría sentado junto a él habiendo tanto sitio y supuso que debía ser uno de esos pesados que le cuentan su vida al primero que encuentran. En efecto, así que arrancó el tren, su compañero de viaje empezó una conversación.

-Hace un bonito día, a pesar del frío, ¿no cree?

-Ehmm, si, un día bonito.

-Nadie debería morir en un día así.

El hombre de la gabardina se sobresaltó. ¿Como podía saber ese tipo...?

El otro puso una mano sobre su rodilla.

-Sabes que lo que vas a hacer no está bien.

-¿Que sabrás tú sobre el bien y el mal?

La mano sobre su rodilla incremento la presión, aunque sin llegar a ser dolorosa.

-Abdul Rahmân ibn Qâsim, tu nombre significa “el que sirve al misericordioso”. Dime, ¿que hay de misericordioso en lo que vas a hacer?

-¿Como puedes saber quien soy y lo que voy a hacer? ¿Quien eres tú?

-Alguien que te ama.

La mano del otro abandonó su rodilla y le acarició el rostro. En ese momento, Abdul Rahmân sintió esa paz interior que había buscado toda su vida. Cuando al llegar a la siguiente estación y el otro le pidió que bajara con el, cogió la mano que este le tendía y le siguió.

Una vez en el andén, siguió al otro hasta los retretes, donde se quitó el cinturón de explosivos que llevaba oculto bajo la gabardina y lo ocultó tras una de las tazas tras haber desconectado el detonador.

-Sin esto no hay peligro de que explote-dijo entregándole el detonador al otro.

El otro se guardó el detonador en el bolsillo, fue a una cabina telefónica y llamó a la policía avisando de la bomba en los retretes.

-Vayámonos antes de que venga la policía-dijo.

-¿Quien eres?

-Ya te lo he dicho, alguien que te ama.

-¿Como sabes tanto de mi?

-He tenido una visión. Una visión divina.

-¿De tu Dios o del mio?

-Tu Dios y el mio, son el mismo.

-¿Que decía tu visión?

-Que tu ayuda sería muy importante para cumplir la misión que se me ha encomendado.

-¿Quien eres realmente?

-Me llamo Zuriel.


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El profesor Arnaldo Fuentes abrió los ojos y se encontró de regreso en su laboratorio del siglo XXIII.

-¿Como ha ido todo? ¿Estuviste en el jurásico?-preguntó Jaime, su ayudante.

-Si, he estado allí-respondió quitándose el casco del que salía una miriada de cables conectados a un sofisticado conjunto de ordenadores.-¿Cuanto a durado la experiencia en el mundo físico?

-Partiste hace cuatro segundos.

-Lo que suponíamos, en el laboratorio el tiempo apenas transcurre. He estado dos días en el jurásico.

-Entonces, el experimento ha sido un éxito.

-No del todo, ha surgido un inconveniente inesperado.

-¿Que clase de inconveniente?

-He recogido un pasajero durante el viaje.

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El 4º de 7

La cabeza le dolía terriblemente cuando entró en el supermercado, era como si una pareja de enanos estuviera abriéndose paso con sus martillos de herrero a través de su cráneo. Fue directo a la sección de bebidas alcohólicas y echó un vistazo a las pocas monedas que había conseguido esa mañana.

-La gente ha olvidado la virtud de la caridad-se dijo.

En fin, tenía suficiente para adquirir un par de tetra briks de vino de marca blanca. Salió del supermercado cargado con la bolsa y se sentó en un banco público, abrió uno de los cartones y se lo bebió del tirón.

-¡Ah, esto ya es otra cosa!

Los martillazos habían cesado finalmente. Tiró el cartón vacío en una papelera y se disponía a abrir el segundo cuando un hombre se sentó a su lado y se lo quedó mirando fijamente.

-¿Que le pasa, amigo? ¿Nunca ha visto un borracho con síndrome de abstinencia?

-¿Porqué te haces esto, Ramón?

-¿Me conoce?

-Lo suficiente para saber que en su día fuiste un buen sacerdote.

-Han pasado siglos desde entonces.

-¿Porqué abandonaste los hábitos?

-Perdí la fe.

-¿Ya no crees en Dios?

-No, no puedo creer en un Dios que permite que este maldito mundo se esté yendo al carajo.

-Creo que estás confundido. Tú no has perdido la fe en Dios, sino en la humanidad.

-Para el caso no hay ninguna diferencia.

-Si que la hay, y puedo mostrártela.

-¡Ja!

-Dame la mano.

-¿Qué?

-Dame la mano. ¿De que tienes miedo?

Ramón cogió la mano del desconocido y su rostro se iluminó. Por primera vez en mucho tiempo se sintió limpio. Sintió que podía prescindir del alcohol, ese compañero tan amado y a la vez tan odiado que le había acompañado desde su crisis de fe.

-¿Quien eres tú?-preguntó.

-Mi nombre es Zuriel, y te necesito a mi lado.

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-Vamos a ver, Arnaldo.¿Que es eso de que recogiste un viajero?

-Apareció de pronto en la burbuja temporal. Su proyección mental quiero decir.

-¿Así, sin más? ¿Como es posible?

-Tengo una teoría.

-Me gustaría oírla.

-Verás, resulta que el tipo en el momento de la transferencia estaba pensando en el Rex, mi objetivo principal en este viaje.

-¿Y?

-Bueno, creo que sus pensamientos interfirieron con la burbuja. Él deseaba ver al Rex, igual que yo, y creo que la burbuja lo arrastró.

-¿Sabes lo que esto significa?

-Si, que tendremos que rediseñar el proyector mental para evitar futuras interferencias.

-¿Que pasó con ese tipo?

-Lo dejé en el jurásico. No podía llevarlo de vuelta a su tiempo, no sabría como hacerlo.

-¿Que crees que paso con el?

-Le dije que para volver solo tenía que concentrarse en hacerlo. Después de todo, es cierto, el regreso no tiene nada que ver con nuestra máquina, solo es cuestión de concentración. Supongo que en algún momento pudo regresar a su cuerpo.

-Pobre hombre. ¿Te dijo su nombre?

-Si, se llamaba Luis Llanas.

-¿Luis Llanas? ¿Estas seguro de que ese era el nombre?

-Completamente.

-¡Oh, Dios!

-¿Que pasa?

-Tú...¡Tú eres “el Viajero”!

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5º y 6º de 7

María se tumbó en uno de los bancos del parque para intentar dormir un poco, pero le era imposible pegar un ojo. A pesar del bochorno reinante en aquella noche de mediados de agosto, su cuerpo era presa de incontrolables temblores.

Necesitaba una dosis, maldita sea, pero ese día le fue imposible reunir el dinero. Había incluso intentado vender su cuerpo, pero su aspecto sucio y famélico rehuía a los hombres.

Notó que alguien se sentaba junto a ella, se trataba de una mujer, vestida con ropas sencillas pero elegantes.

-Parece que no has tenido mucha suerte, María.

-¿Quién eres?

-Soy...una amiga.

-¿Como sabes mi nombre?

-Me lo dijo un amigo. El me envió a buscarte.

-¿A buscarme? ¿Para qué?

-Quiere ayudarte.

-¿Como?

-El puede sanarte y darte una nueva vida.

-Ya, ¿y que quiere a cambio?

-Solo lo que estés dispuesta a dar.

-¿Y si no estoy dispuesta a dar nada?

-Entonces, nada te pedirá.

-Demasiado bonito. ¿Porqué debería fiarme? No te conozco de nada.

-¿Que puedes perder? Sea lo que sea lo que mi amigo te ofrece no puede ser peor que esto. Por lo menos, esta noche dormirás en una cama.

-¿Una cama de verdad?

-Con sus sábanas y almohadas. Solo tienes que coger mi mano y seguirme.

La mujer tenía razón, no tenía nada que perder, ya no podía caer más bajo. Tomó la mano que esta le tendía y la siguió.

-¿Como te llamas?

-Me llamo Esther.

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Miguel se apeó del taxi que lo había traído allí desde el aeropuerto,se quedó mirando el sencillo edificio de dos plantas.

-Así que existe realmente-se dijo.

Miguel se había convertido en una celebridad en el mundo del cine. Con el nombre artístico de Mike Strong ya había protagonizado dos películas de acción de fama mundial. Las ofertas para protagonizar los más diversos papeles llovían sobre la mesa de su representante.

Había empezado a rodar su tercer film cuando empezaron los sueños.

Cogió su maleta y entró en el edificio y lo primero que pudo ver fue una gran sala con un montón de bancos dispuestos en dos hileras, parecía una iglesia, pero no había ningún altar o símbolo religioso de ninguna clase.

-¿Puedo ayudarle?

La voz procedía de un anciano que tenía una escoba en la mano.

-Bueno, eso espero, pero no se por donde empezar.

-¡Eh!, Yo le conozco, de las películas. Mike Stone, ¿verdad?

-Strong, Mike Strong.

-¿Y que podemos hacer por usted, señor Strong?

-Se que es difícil de creer, pero he visto esta casa en sueños. Llevo varias noches soñando con ella y en el sueño oigo una voz que me pide que venga aquí porqué se me necesita.

-Ya veo-dijo el anciano.

Algo en el tono de su voz había cambiado, aunque Miguel no sabría decir exactamente en que consistía ese cambio.

-Ya veo-repitió. Tú debes ser Miguel.

-Si, ese es mi verdadero nombre.

-Zuriel te está esperando desde hace días.

-¿Quién es Zuriel?

-El hombre que te ha llamado en tus sueños. Ahora no está, tardará un par de días en volver, puedes esperarle aquí. Ven, te enseñaré tu habitación.

-¿Mi habitación? ¿De qué va todo esto? No pienso quedarme a dormir aquí, yo no le conozco a usted de nada. Todo esto es muy raro.

-Como quieras, Miguel. Nadie te está obligando, pero piensa un poco. Has visto este lugar en sueños y en esos sueños has visto como llegar, sino no estarías aquí. Ahora dime, si este lugar es real, ¿porqué no ha de serlo el hombre cuya voz te ha pedido que vinieras?

Miguel no supo que responder a la pregunta del hombre que a partir de entonces conocería como Martín. Cuando este le indicó con un sencillo gesto las escaleras que subían al piso superior, cogió de nuevo su maleta y le siguió.

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-¿De que estás hablando, Jaime? ¿Que es eso de que soy “el Viajero”.

-¿Conoces “El Libro”?

-¿Te refieres a ese nuevo Evangelio que leéis los neocristianos? Claro que he oído hablar de el, después de todo el Neocristianismo es la religión mayoritaria hoy en día. Pero no lo he leído, yo soy católico, ya lo sabes.

-Veras, el nuevo Evangelio fue escrito por Zuriel, nuestro fundador. Pero el Libro contiene algo más que el Evangelio de Zuriel. La segunda parte del Libro fue redactada por Esther, la primera de los siete, que acabaría convirtiéndose en su esposa.

-¿Los siete?

-Sus seguidores más allegados. Los que le ayudaron a extender la Palabra por todo el mundo.

-¿Y que tiene que ver todo esto con esa tontería de el Viajero?

-Dejame continuar y lo comprenderás. La segunda parte del Libro, narra la experiencia de Zuriel según este se la contó a Esther. En ella se narra como el apóstol viajo mentalmente a los tiempos de Jesús y como le siguió en sus tres años de predicación. La tercera parte del Libro, narra como Zuriel reclutó a los siete para su causa.

-¿Viajó mentalmente? ¿Quieres decir que ese Zuriel usó nuestro sistema para visitar la Galilea del siglo I?

-No exactamente. La historia dice que Zuriel fue llevado a través del tiempo por un sabio, poco se sabe de ese sabio, Esther, en su escrito es muy vaga al respecto, le llama el Viajero.

-¿Y crees que yo soy el Viajero?

-Estoy seguro de ello. El hombre que dejaste en el jurásico se llamaba Luis Llanas, ¿verdad?

-Ese es el nombre que me dio.

-Luis Llanas era el verdadero nombre de Zuriel.

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El 7º de 7

Gabriel Solís era un reputado matemático que ejercía de profesor en una afamada universidad. Ese día se encontraba en el claustro, sentado en un banco y tomando notas en una libreta. Las hojas se iban llenando de fórmulas y más fórmulas, Gabriel estaba tan concentrado que no fue consciente del hombre que se sentó a su lado hasta que este le habló.

-Eso que escribes parece realmente complicado.

Gabriel levantó la vista de sus notas y miró al hombre con el ceño fruncido.

-¿Como dice?

-¿Sigues empeñado en demostrar la existencia de Dios mediante las matemáticas?

-¿Como puede conocer mi trabajo? No he hablado de ello con nadie. ¿Quién es usted?

-Me llamo Martín, me ha enviado un amigo que te conoce muy bien, a ti y a tu trabajo.

-¿Como...?

-¡Oh, bueno! El sabe muchas cosas, tiene ese don. Me ha dado un mensaje para ti.

-¿Un mensaje?

-Dice: No puedes demostrar la existencia de Dios mediante una fórmula. Solo existe un medio de demostrar Su existencia. La FE.

Gabriel realmente oyó las mayúsculas.

-¿Quién es es amigo suyo y porqué le envía a mi con ese mensaje?

-Se llama Zuriel y me envía porqué te necesita.

-¿Para qué me necesita?

-Entre otras cosas, para demostrar la existencia de Dios.

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Cuando la esfera temporal se disolvió, Arnaldo Fuentes se encontró ante un sencillo edificio de dos plantas que reconoció enseguida. Había visto fotografías del lugar, que en su tiempo era el centro de peregrinación de numerosos devotos neocristianos de todo el mundo. También había leído el Libro, estudiado numerosas fotografías de Zuriel y los siete y había visto varios videos de las prédicas que Zuriel hizo desde su estudio de TV.

Después de estudiar todos esos documentos decidió que el mejor momento para iniciar su investigación era el día en que Zuriel conoció a Esther, la que con el tiempo sería considerada como la primera de los siete. Aunque, en realidad, fue Martín el primero de los siete en ser reclutado, Esther recibía el título de primera por ser esta la más allegada a Zuriel, su más íntima colaboradora y finalmente, su esposa.

Vio llegar a Esther con su coche y la siguió al interior de la casa, allí le vio hablar con Martín que le indicó donde encontrar a Zuriel. Siguió a Esther hasta el despacho del apóstol y fue testigo de como este le narraba su aventura temporal, de la que él mismo formaba parte importante.

Arnaldo se quedó en el siglo XXI durante casi cinco años en el transcurso de los cuales, fue testigo de los hechos narrados en el Libro. El regreso de Esther como devota, las prédicas del apóstol desde la TV, el reclutamiento de los siete y su posterior instrucción por parte de Zuriel, hasta que llegó el día que todos los neocristianos de épocas posteriores celebraban, el día de la última reunión de los siete con Zuriel.

La última reunión

Zuriel y los siete entraron en la sala de reuniones y ocuparon sus sitios alrededor de una mesa redonda. Discutieron de los temas habituales en aquellas reuniones: funcionamiento interno de la comunidad, planes para un futuro próximo, el uso de los donativos que hacían los fieles, que cada vez eran más numerosos...

Como hiciera Jesús en su última cena, Zuriel repartió entre los suyos el pan y el vino y entonó una oración de gracias por todo lo que habían logrado. Tras eso, Zuriel se levantó reclamando la atención de los suyos.

-Ha llegado el momento de anunciaros grandes cambios. Para empezar os comunico que esta será la última vez que nos reunamos todos juntos.

-¿Qué quieres decir, maestro?-preguntó Miguel.-¿Acaso te hemos defraudado?

-Al contrario, amigo. Estoy muy orgulloso de todos vosotros. Por eso es hora de que abandonéis esta casa y os desperdiguéis por el mundo para predicar la Palabra, tal y como yo os la he enseñado. De todos vosotros, solo Esther permanecerá a mi lado, ya que ese es el lugar que le corresponde como mi esposa y colaboradora.

-Pero no estamos preparados-dijo Ramón. ¿A donde iremos? ¿Qué diremos?

-Es curioso que eso lo preguntes tú, Ramón. Ya predicaste en su día la palabra de Dios.

Los siete permanecieron en silencio, conteniendo las mil preguntas que acudían a sus mentes.

-Sabréis a donde ir y lo que decir. Se os otorgará el don de ser escuchados. Solo debéis conservar la fe.

-Si así debe ser,-dijo María- que así se haga. ¿Cuando debemos partir?

-Mañana, al alba, saldréis de esta casa sin despedidas y sin volver la vista atrás. Nada temáis, nuestros caminos se cruzarán muchas veces, pero jamás volveremos a estar juntos los ocho.

Los siete se miraron unos a otros, temerosos por la importancia de su misión, pero confortados por la fe que Zuriel ponía en ellos.

-Ahora salid, dejadme solo un rato, en unos minutos me reuniré con vosotros y lo celebraremos.

Los siete abandonaron el local en silencio. Arnaldo, que había permanecido en un rincón también se dispuso a salir de la sala, le pareció incorrecto quedarse a observar a Zuriel. Pero Zuriel pronunció unas palabras inesperadas.

-Tú quedate Arnaldo, tenemos que hablar.

Arnaldo no esperaba esas palabras. Se quedó paralizado mientras observaba a los siete marchar sin dar muestra de haber oído a Zuriel. Entonces se dio cuenta que el apóstol le estaba mirando directamente.

-Si Arnaldo, puedo verte. He podido verte desde el día que entraste por esa puerta con Esther.

-¿Y porque no me dijiste nada?

-Por la misma razón que Jesús no me dijo nada a mi. Quería que vieras y que aprendieras.

-¿Porqué?

-Dime, ¿que te ha parecido lo que has visto estos años?

-Me has convencido, maestro. Tienes ante ti a un converso.

-Entonces te diré que al igual que yo me convertí en su día en el decimotercero, hoy tú te conviertes en el octavo.

-¿El octavo?

-De mis aprendices.

-¿Que debo hacer?

-Lo mismo que los siete, extender la Palabra, pero en tu tiempo. Y en su día contactar con el que deberá seguir esa labor en tiempos más lejanos.

Zuriel se acercó a Arnaldo, le abrazó y le besó.

-Ve con Dios- le dijo.

Arnaldo se encontró de nuevo dentro de su cuerpo. Jaime, su ayudante estaba junto a el.

-¿Como ha ido, viste a Zuriel?

-Amigo mio, no te vas a creer lo que tengo que contarte.

Mientras, en otro lugar y en otro tiempo, Zuriel abandonó la sala de reuniones y se encontró con los siete.

-¿Sabéis? Acabo de acordarme de una anécdota que sucedió durante el tiempo que estuve con el Maestro y que aún no os he contado. Resulta que...

FIN

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