miércoles, 27 de abril de 2011

ZOMBIE-3G

Dedicado a:
Esther Rodriguez
que siempre me anima
a terminar mis
relatos.






Y miré, y vi un caballo pálido;
y el que estaba montado sobre él se llamaba Muerte;
y el Hades le seguía muy de cerca.
(Apocalipsis. 6.8.)


Les observo a través de una pequeña grieta en la pared de mi escondrijo. Ahí están, deambulando, con la mirada perdida. No saben donde estoy exactamente, pero me presienten, saben que estoy cerca y no marcharán mientras sientan mi presencia. Deben ser unos cincuenta individuos, un número demasiado grande para confrontarlos directamente yo solo.

Son los muertos que caminan, los zombis, el horrible resultado de la gran plaga.

Nadie sabe como empezó realmente la plaga. Algunos dicen que fue un experimento fallido que se les escapo de las manos, otros hablan de guerra bacteriológica, otros de castigo divino.

Personalmente creo que fue una combinación de todo eso.

Los hombres jugamos a ser Dios y ahora pagamos por ello.

El caso es que la gente empezó a morir y la plaga se extendió a nivel planetario. Después vino el horror, cuando los muertos por la plaga empezaron a levantarse y a atacar a los vivos para devorarlos.



Al principio pudimos defendernos, descubrimos que dañando su cerebro, de un balazo o un fuerte golpe o clavándoles algún objeto punzante, volvían a morir para no levantarse más. Pero la plaga continuaba y más y más gente moría para levantarse de nuevo. Hasta que llegó el momento en que eran más que nosotros, los inmunes a la plaga.

Los científicos supervivientes no han podido hallar el factor de inmunidad. Los inmunes no parecen seguir ningún patrón. Somos gente de todas la edades, sexo y etnias. Pero la inmunidad no es total, podemos sucumbir por contagio. Si alguien es mordido por una de esas criaturas y consigue escapar con vida, en menos de 24 horas muere y se convierte en una de ellas.

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Vuelvo a mirar por la grieta y le veo a el, “el poli”. Lleva uniforme de policía, y su mano nunca se aparta de la culata de la pistola que cuelga de su cinturón. Le he visto en otras ocasiones y en una de ellas pude observar como sacaba el cargador vacío y lo substituía por uno que llevaba en el bolsillo, una manipulación compleja que la mayoría de ellos es totalmente incapaz de llevar a cabo. Sin duda se trata de un zombi de segunda generación. Sin duda es el líder del rebaño.

¿Que es un zombi de segunda generación, os preguntáis?

Veréis, pudimos observar que hay dos tipos de zombi:

Están los que llamamos de primera generación. Son los que murieron a causa de la plaga. Estos son completamente estúpidos. Se mueven por instinto, como los animales. Tienen un comportamiento gregario, es decir, se mueven en grupo. A esos grupos los llamamos “rebaños”.

Pero poco después empezaron a aparecer algunos individuos que parecían tener una inteligencia primitiva. De alguna manera parecían retener algunos comportamientos que habían tenido en vida. Ese es el caso del “poli”. Cuando estaba vivo debió haber cambiado el cargador de su pistola cientos de veces y ahora recuerda como se hacía. No se si recuerda como disparar, nunca le he visto hacerlo.

Estos individuos extraordinarios, dentro de su especie, son los que llamamos segunda generación. Son los que cayeron por contagio, supervivientes de la plaga que fueron mordidos por algún zombi y pudieron escapar con vida.

Cuando uno de esos se une a un rebaño, los demás parecen reconocerlo como superior y se convierte en su líder.
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Pronto los supervivientes también empezamos a reunirnos en grupos organizados. Construimos refugios subterráneos aprovechando parkings, sótanos y lugares así. Pero de vez en cuando, debemos organizar alguna razzia para renovar suministros. Yo formaba parte de una de ellas, pero nos vimos atrapados por el rebaño del “poli”. Solo yo conseguí escapar. Ahora estoy esperando que anochezca, aprovechando la oscuridad me será más fácil escapar de ellos.

Oigo un largo aullido, me asomo de nuevo a la grieta y puedo ver un perro-zombi paseando entre el rebaño. Ignora a los zombis y estos le ignoran a el. De todos los animales, solo los perros, además de los humanos, resultaron afectados por la plaga. No resultan peligrosos para los humanos, pues al igual que los zombis, los perros-zombis son caníbales. Es decir, solo atacan a los de su especie que aún están vivos e ignoran a los humanos. De todas formas son una visión de pesadilla.



Mientras observo al perro-zombi alejarse calle abajo el sol se oculta en el horizonte y la oscuridad cae en la ciudad.

Espero unos minutos y abandono mi escondite. Salgo por un lateral de la casa pero da a un callejón sin salida. Tendré que pasar por delante del rebaño.

Avanzo escondiéndome tras los coches parados en la calle pero cuando casi he superado al rebaño aparece un tramo despejado. Tendré que salir al descubierto, si me quedo quieto no tardarán en descubrirme.

Me asomo y disparo mi MP-40 contra los más cercanos. Veo sus cabezas estallar como melones, esparciendo una lluvia de sesos y sangre putrefacta y empiezo a correr. Por suerte no son muy rápidos y empiezo a dejarles atrás, pero de pronto, una figura aparece ante mi. Es el “poli”.



Me apunta con su pistola, el hijoputa recuerda como hacerlo, pero ninguna detonación suena en la fría noche. Seguramente tiene el seguro puesto y su podrido cerebro no puede recordar ese detalle.

Le envío una ráfaga con mi arma pero el se agacha. Los de la segunda generación son más rápidos que los de la primera. Se me hecha encima sin que pueda evitarlo, le golpeo con la culata y consigo liberarme de el.

Empiezo a correr pero consigue agarrarme una pierna y me hace caer, entonces siento su mordisco en el muslo derecho. Me revuelvo y le disparo en la cara y su cabeza revienta como las de sus compañeros momentos antes.

Me levanto, el rebaño está a punto de alcanzarme pero empiezo a correr de nuevo y consigo dejarlos atrás a pesar del dolor en el muslo.

Dos calles más allá me refugio en otro edificio. No se ve al rebaño por ninguna parte. Han perdido al líder y vuelven a vagar sin rumbo, incapaces de organizarse.

Me sitúo cerca de una ventana desde la que podré ver al rebaño si se acerca y examino mi herida. Ese cabrón se llevó un pedazo de carne con su mordisco. Se lo que eso significa, estoy infectado, me convertiré en uno de ellos. Debería suicidarme ahora mismo. Es fácil, solo tengo que meterme el cañón de mi MP-40 en la boca y apretar el gatillo.

Me falta valor. Así que me quedo donde estoy y espero un milagro.

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Me despierto cuando el sol ya está en lo más alto por algún ruido allá, en la calle. La pierna me duele horrores. Me asomo a la ventana y allí está el rebaño. Vagan perdidos sin su líder y pronto desaparecen calle abajo. Me pregunto si acabaré ocupando el lugar del “poli”.

Es ya bien entrada la tarde cuando noto que mi corazón se detiene y de pronto, todo se vuelve negro.

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Abro de nuevo los ojos y no noto diferencia alguna. Pongo mi mano sobre el corazón con una vana esperanza, pero está detenido. Estoy muerto. Soy un muerto viviente.

Sin embargo, no noto ningún cambio en mi capacidad de discernimiento. Miro mi arma, que continua en mis manos y, al contrario que el “poli”, comprendo su funcionamiento. Todos mis recuerdos parecen intactos. Recuerdo mi nombre, a mis compañeros, la localización del refugio...todo. Ningún deseo antropófago anida en mi cerebro. Sin embargo, estoy muerto. Me he convertido en un zombi.

Y de pronto, una idea ilumina mi cerebro. De pronto lo comprendo.

Me mordió el “poli”, un zombi de segunda generación, más listo que los de la primera, con retazos de memoria de su vida anterior en su cerebro.

Me he convertido en la tercera generación. Soy un muerto viviente, pero conservo todos mis recuerdos.

Horas más tarde he tomado una decisión.

Volveré al refugio. Seré muy útil allí, como conejillo de indias. Nuestros científicos podrán estudiarme y tal vez puedan encontrar una vacuna. Al contrario que los zombis que hemos capturado para tal efecto, tendrán toda mi colaboración. Tal vez eso les facilite las cosas.

FIN

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