miércoles, 9 de febrero de 2011

EL APOSTOL (1 de 3)

NOTA ACLARATORIA

Cuando acabé este relato, no estaba muy convencido de si debía publicarlo. No es que no me gustara, estaba satisfecho de como había quedado y lo había pasado bien escribiéndolo, pero de alguna manera me recordaba demasiado a Caballo de Troya, de J.J. Benítez, y no quisiera que el lector me acusara de plagio. Pero una amiga que lo leyó me animó a hacerlo y aquí lo tenéis. Sin embargo no he podido evitar publicar antes esta nota para dejar claros algunos puntos:

1º. Algunas afirmaciones que se hacen en el relato pueden herir la sensibilidad del lector. Parafraseando a Jardiel Poncela en el prólogo de su divertidísimo “La tournee de Dios” diré: Este cuento no va en contra de los creyentes ni de los ateos, no va en contra de las religiones ni de sus representantes, ni siquiera va en contra de los dinosaurios (pobrecitos ellos, bastante tuvieron con lo de su extinción) si contra alguien carga en un momento dado este cuento, es contra la humanidad.

2º. Puede parecer que el episodio de los dinosaurios esté aquí como relleno, para aumentar la extensión del relato. La realidad es que lo incluí para aportar algo de humor entre tanto misticismo. También es útil para explicar la mecánica del viaje temporal.

3º Me confieso creyente, aunque no practicante. Creo firmemente en Dios y la figura de Cristo. Pero si alguien intentara colarme una historia como la que Zuriel le cuenta a Esther, sinceramente, pensaría que está como una chota.

Dicho esto, estimado lector, puedes empezar la lectura de “El Apóstol” bajo tu cuenta y riesgo. Solo espero que al acabar no pienses que estoy como una chota.

Gracias por leer esta nota.

Atentamente:

Llorenç Salgado




EL APOSTOL

PRIMERA PARTE

La periodista, el apóstol y el ex millonario
convertido en conserje

Esther Ramos se apeó de su automóvil y con gestos maquinales se alisó la falda y se arregló el cabello. Era una mujer de 37 años alta y esbelta, muy atractiva.

Pensó en la entrevista que le había llevado hasta allí. Esther había consolidado su carrera periodística hacía años. Se había especializado en desmantelar sectas religiosas perniciosas y, ahora, estaba frente a la sede de la más reciente de todas: “La Antigua Iglesia de Cristo”.

En realidad, la nueva secta no parecía ser perniciosa. Según había descubierto, sus miembros solo se dedicaban a predicar sus creencias y a ayudar a los necesitados. Repartían comida, ropa y, en muchas ocasiones, incluso dinero entre los que más lo necesitaban. Y nunca pedían nada a cambio, ni siquiera que acudieran a sus servicios religiosos.

Pero Esther había hecho suya la máxima de Karl Marx: ¨La religión es el opio del pueblo”, y había atacado desde su columna en el periódico La Gaceta Internacional a todas las sectas y religiones oficiales del mundo, lo que le había creado muchos enemigos. Esther veía en todas las religiones algo pernicioso. Y esta no iba a ser menos, seguro que algo escondían detrás de toda esa fachada de bondad.

La sede de la Antigua Iglesia de Cristo era un edificio sencillo de dos plantas, no había nada ostentoso en el, ni símbolos sagrados, ni grandes letras en su entrada que lo identificaran. Cualquiera podía pasar frente a el sin siquiera sospechar que se trataba de un centro de culto. Encontró la puerta abierta, así que entró y lo primero que vio fue una sala llena de bancos dispuestos en hileras como los que podrías encontrar en cualquier iglesia. Una vez más, le sorprendió la falta de imágenes, altar y símbolos sacros.

-¿En que puedo ayudarle hermana?

La pregunta provenía de un anciano que se encontraba en un pasillo lateral con una escoba en la mano.

-Vengo a ver a Luis Llanas. Tengo una cita con el esta mañana.

-¿Luis Llanas?... ¡Oh! Se refiere a Zuriel. Le encontrará en su despacho. Siga por este pasillo, la primera puerta a la derecha.

Esther tomó el camino que le indicó el anciano y al llegar a la entrada del despacho descubrió que, en realidad, no había puerta. Observó la entrada de otras habitaciones en el mismo pasillo desde donde estaba y vio que también carecían de puerta. Dio un paso hacia el interior del despacho y emitió un ligero carraspeo.

El hombre que había tras la mesa de oficina apartó la mirada del ordenador portátil en el que estaba escribiendo y sonrió.

-Usted debe de ser Esther Ramos- dijo mientras se levantaba y se acercaba a ella tendiéndole la mano.

Esther reconoció al hombre que se hacía llamar Zuriel por haberle visto en su programa de TV. Zuriel tenía su propia emisora de TV desde la cual predicaba sus creencias. Debía medir 1,75m, era delgado aunque con un estomago algo voluminoso. Aunque Esther sabía que Zuriel tenía 48 años este no aparentaba haber llegado a los 40.
-Encantada, señor Llanas- respondió estrechándole la mano.

-Por favor, Luis Llanas ya solo existe administrativamente. En el mundo real murió hace cerca de tres años. En su lugar nació Zuriel. Le ruego que se dirija a mi con ese apelativo, si no es mucha molestia.

-Perdone. No sabía que fuera tan importante para usted. Creí que solo era una especie de nombre artístico... un alias.

-No hay nada que perdonar hermana. Es comprensible su error.

-¿Por que no hay puertas?

-No tenemos nada que esconder.

-Pero,¿no tienen miedo de que les roben?

-No tenemos nada de valor. Y de lo que tenemos nada es imprescindible. ¿Ha visto algo que le gustara? Cójalo, nadie se lo impedirá. Si ese objeto le hace feliz, entonces nosotros seremos felices de que lo tenga.

-No pretendo llevarme nada de aquí, aunque tenga su permiso.

Zuriel sonrió y le mostró a Esther un sillón frente al cual había una mesa baja.

-¿Le apetece un refresco,...agua..? No puedo ofrecerle nada más, aquí nadie bebe alcohol.

-¿Lo prohíben sus creencias?

-No, en absoluto. Simplemente todos los que estamos en esta casa hemos tomado esa opción. Muchos de nuestros seguidores beben.

-Un poco de agua estará bien, gracias.

Zuriel abrió una nevera y sacó una botella pequeña de agua y la dejó en la mesita frente a Esther junto a un vaso, después se acomodó en otro sillón al otro lado de la mesita.

Esther sacó una grabadora de su bolso, la dejó encima de la mesita y apretó el botón de grabación.

-Señor Zuriel, deduzco de sus anteriores palabras, cuando hablamos de la ausencia de puertas, que hacen ustedes voto de pobreza.

-No exactamente. Solo enseñamos a desprendernos de lo que no es necesario. Cuando algo es realmente útil no prescindimos de ello, aunque sea algo caro. El ordenador en el que estaba escribiendo cuando usted llegó es un buen ejemplo.

-O su emisora de TV.

-Ah si, la emisora. La emisora es solo una herramienta que me ayuda a predicar la Palabra. Y antes de que me lo pregunte, fue un regalo de uno de nuestros fieles.

-Debe de ser un hombre muy rico para hacer un regalo como ese.

-Lo era.

-¿Ha muerto?

-No, sigue vivo. Quiero decir que era rico, ya no lo es.

-¿Se arruinó?

-No.

-¿Que ocurrió?

-Martín era un hombre rico y poderoso. Tenía negocios, propiedades y varias cuentas bancarias muy abultadas. Un día vino a verme, me contó que su única hija, a la que quería con locura, tenía una extraña enfermedad que no tenía cura. Había visitado a médicos, curanderos, espiritistas, místicos... Nadie pudo curarla.

-¿Y crees que después de todos esos fracasos yo podre curar a tu hija?- le pregunté.

-Ya no tengo a nadie más a quien acudir.

-¿Crees en Dios? ¿Tienes fe en su infinito poder?

-Si.

-Entonces, si tu fe es auténtica, vete a casa con tu hija, ella está curada.

-¿Que sucedió entonces?- preguntó Esther.

-Martín regresó a su casa y su hija estaba curada. Los médicos que la habían tratado no encontraron explicación. Martín vino a verme después de dos días.

-Pídeme lo que quieras- me dijo- todo es poco por lo que has hecho por mi hija.

-El preció que te pediré puede que lo encuentres demasiado alto. Pero no te exigiré nada.

-Lo que sea.

-Vende todas tus posesiones, despréndete de todo tu dinero y únete a nosotros.

-¿Cual fue su respuesta?-inquirió Esther.

-Lo hizo. Vendió todas sus posesiones, liquidó sus cuentas bancarias y dio todo el dinero a beneficencia. Pero antes, adquirió la emisora y la donó a nuestra comunidad.

-Una historia increíble. ¿Que fue de Martín?

-Lo acaba de conocer, cuando ha entrado a la casa.

-¿El hombre que estaba barriendo el pasillo?

-Ahora vive aquí. Se ha convertido en una especie de conserje. Cuida de la casa, efectúa pequeñas reparaciones, recibe a los visitantes...

-Así, usted tiene el poder de curar.

-Al principio de mi misión, me fueron concedidos tres dones.
El don de lenguas; ahora puedo aprender cualquier idioma solo con escuchar una conversación en ese idioma durante un par de horas.
El don de ser escuchado; cuando hablo, la gente escucha. Y cuando la gente escucha de verdad, entiende lo que se le dice.
Y el don de curar.

Zuriel miró directamente a los ojos de Esther cuando pronunció esta última afirmación y ella experimentó un escalofrío.

¿Lo sabía? No, eso era imposible. Solo ella y los médicos que la trataban lo sabían. Solo cuatro personas en el mundo sabían que tenía cáncer de útero. Cuando se lo detectaron, ya era tarde, se había extendido demasiado, era incurable.
Esther cogió la botella de agua y se sorprendió al ver sobre la mesita un ejemplar de la Gaceta Internacional que contenía su último artículo publicado.

-¿Lo ha leído?

-Si, debo reconocer que yo también la he investigado a usted.

-¿Investigado?

-¡Oh! Solo profesionalmente, puede estar tranquila, no me interesa su vida privada.

Esther señaló la revista.

-¿Que le ha parecido?

-¿Sinceramente?

-Sinceramente.

-Tiene usted un estilo muy corrosivo, pero brillante a pesar de todo.

-Corrosivo, nunca me habían definido así. ¿Que quiere decir exactamente con corrosivo?

-Cuando usted habla de religión, sus palabras destilan veneno. Parece culpar a la religión de todos los males de este mundo.

-Eso es lo que creo.

-Citando una de sus frases:”Se ha matado a más gente en nombre de Dios que en nombre de la codicia.”

-Ya veo que realmente ha leído mis artículos.

-Señorita Ramos, las religiones no son malas, los hombres lo son.

-Y ahora me dirá que usted pretende cambiar eso.

-Es exactamente lo que pretendo.

-Esa es una misión imposible señor Zuriel.

-Solo Zuriel, por favor. Y no hay nada imposible. Solo hay cosas muy, muy difíciles.

-¿Y porqué se ha propuesto esta misión tan, tan difícil?

-Por que Jesús me lo pidió.

-¿Jesús bajó de cielo y le ordenó que fundara una iglesia?

-No exactamente.

-Acláreme eso.

-Primero, no me lo ordenó, me lo pidió.

-¿Podía haberse negado?

-Si, se me dio esa opción.

-Pero nadie le diría que no a Jesús.

-Yo, por lo menos, no.

-Continúe.

-Segundo, no debo fundar ninguna iglesia, debo restituirla. Le estoy hablando de la auténtica Iglesia Cristiana. La que profesaban los antiguos seguidores de Cristo.

Y tercero, Jesús no vino a verme, mas bien fue todo lo contrario.

-Creo que eso último que ha dicho requiere una explicación. ¿Que quiere decir con todo lo contrario?

-Esa es una larga historia que no he contado nunca a nadie. Pero haré una excepción con usted.

-¿Porqué ese privilegio?

-He tenido una revelación. Cuando la he visto en la entrada.

-¿Que tipo de revelación?

-Ha venido usted aquí como escéptica y se marchará de aquí como escéptica. Pero usted volverá dentro de poco, como devota.

-Eso lo dudo mucho. Pero iba a contarme una historia.

-Lo haré, con una condición.

-Usted dirá.

-La historia es solo para usted. Apague esa grabadora, por favor. Y también la que esconde en el bolsillo de su chaqueta.

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