lunes, 10 de enero de 2011

Lobos en la frontera (Arex-2)


Después de su encuentro con la valquiria Brunilda, Arex emprende camino hacia el sur. Tras mucho vagabundear llega a Siro, la capital del reino de Kritein, donde no tarda en ser admitido en el cuerpo de mercenarios del ejército kritenio. Durante ese tiempo, Kritein declara la guerra a Opar, el reino vecino, a causa de una disputa entre los monarcas de ambas naciones. El ejercito kritenio, formado por doce mil hombres parte hacia Opar con ansias de conquista, Arex se encuentra entre ellos.
Al comienzo de este relato lo encontramos formando parte de un destacamento de cincuenta hombres al mando del sargento Artús con la misión de tomar un pequeño pueblo fronterizo de unos doscientos habitantes mientras el resto del ejercito atraviesa la frontera.


-Una maldita aldea de campesinos- dijo Petronio molesto. -Pobre botín sacaremos de ese nido de piojosos.

-Ya veremos. En mis vagabundeos he encontrado grandes riquezas en los lugares más impensados. Tal vez este sea uno de esos lugares.

-Chico, en ese lugar solo encontraremos lechos llenos de chiches y campesinas de piel curtida por el sol. Ese será todo nuestro botín.

Arex no respondió al despectivo comentario de su compañero y se dedicó a observar el pequeño villorrio que era su objetivo.

Debían de ser dos docenas de chozas de madera con tejado de paja rodeadas por una empalizada muy deteriorada. Desde donde estaba, a unos doscientos metros de distancia, Arex pudo observar varias brechas en la misma.

-No parecen muy preocupados por su seguridad.-Dijo por fin.

-¡Bah! Aunque esa empalizada estuviera en condiciones esas gentes no podrían hacernos frente. Te digo, Arex, que este es un trabajo para reclutas novatos y no para veteranos profesionales como nosotros.

Cuando el destacamento estaba a unos cincuenta metros de las puertas de la empalizada estas se abrieron y de ellas salieron cuatro hombres a pie que se acercaron a los invasores. Artús hizo la señal de alto y todos sus hombres detuvieron a sus monturas.

Los hombres se acercaron a escasos metros de los invasores y se inclinaron en señal de respeto. Uno de ellos avanzó unos pasos mientras los otros permanecían donde estaban y nuevamente se inclinó.

-Bienvenidos, nobles señores. ¿Puedo saber quien de vosotros está al mando?
Artús desmontó y se acerco al que había hablado.

-Soy el sargento Artús-dijo.-¿Hablas por tu gente, eres su jefe?

-Mi nombre es Haffir, mis vecinos me han nombrado su representante. Estoy aquí para decirte que las armas no serán necesarias. Somos simples campesinos y nada sabemos sobre luchas o espadas. Nos rendimos incondicionalmente, entrad y tomad lo que deseéis pero, por favor, no nos causéis daño.

-Esta bien, avanzad delante nuestro y sin trucos.

Los cuatro hombres avanzaron de vuelta a la aldea, Artús montó de nuevo e hizo la seña para que sus hombres le siguieran.

Así atravesaron la empalizada. Todo el pueblo parecía haberse reunido en la calle y se inclinaban al paso de los mercenarios.

Cuando todos estuvieron en el interior, Artús desmontó y empezó a repartir órdenes.

-Moveos, perros. Cerrad la empalizada y registrad las casas, aseguraos de que no queda nadie escondido y de que no ocultan armas.

Los hombres desmontaron y se apresuraron a cumplir las órdenes. Poco después, Artús era informado de que aquella gente no ocultaba nada. No se habían encontrado ni armas ni más habitantes escondidos.

-Tu y tus hombres estaréis cansados de tanto galopar-dijo Haffir a Artús. -Permitidnos haceros obsequio de nuestra hospitalidad.

Artús hizo un gesto afirmativo y a una señal de Haffir todo el pueblo se puso en movimiento. Los hombres empezaron a sacar mesas y bancos de las chozas y los instalaron en el centro del pueblo mientras las mujeres volvían a las chozas, al poco rato las chimeneas humeaban y los apetitosos olores de los guisos invadieron las fosas nasales de los mercenarios.

Al anochecer, mientras el sol empezaba a ocultarse por el horizonte y una luna en creciente, apenas una uña en el cielo, hacia acto de presencia. Los mercenarios, ahítos ya de comida y vino, cantaban canciones obscenas mientras manoseaban a las mujeres del poblado que resultaron no ser tan feas como temía Petrónio.

Arex estaba abrazado a una joven de cabellos negros y hermosos ojos verdes. Cantaba y bebía como los otros pero pronto se cansó y decidió probar otros placeres. Cogió a la muchacha por la cintura y se la llevó al interior de una de las chozas. Ella no opuso resistencia.

Ya en el interior Arex abrazó a la chica, la besó largamente y empezó a desnudarla mientras ella acariciaba el amplio torso del del bárbaro. De pronto, en el exterior empezaron a oírse gritos mezclados con salvajes gruñidos y aullidos.

Arex soltó a la chica y se asomó a la entrada de la choza. Lo que vio hizo que sus cabellos se erizaran. Sus compañeros, que aún estaban sentados a la mesa del banquete eran atacados por una manada de hombres lobo.

-¡Thor!- La expresión de Arex era una maldición pero sonó casi como un rezo.- ¡Licántropos. Son un pueblo de licántropos!

-Licántropos, si.

Arex se volvió hacia la muchacha.

-Pero no es luna llena. Como..
.
-¿Luna llena? Cuentos de viejas. Mi pueblo puede transformarse siempre que quiere, aunque solo cuando el sol ya se ha puesto.

Entonces la muchacha comenzó a cambiar. Su cuerpo se cubrió de pelo y su cara se alargó hasta convertirse en el hocico de una bestia y su boca se llenó de colmillos. Cuando la transformación se hubo completado, el monstruo salto hacia el pelirrojo bárbaro.

La espada de Arex trazó un amplio arco en el aire y la bestia cayo al suelo decapitada. El cuerpo de la criatura sufrió un par de espasmos y quedó inmóvil, pero su cabeza continuó viva un rato mas. Miraba a Arex con unos ojos llenos de odio mientras sus mandíbulas se abrían y cerraban en un inútil intento de emitir un aullido. Finalmente la maligna luz de esos ojos se apagó y la criatura quedó definitivamente muerta.




Arex se asomó una vez más a la puerta de la choza y vio como algunos de sus compañeros habían conseguido desenvainar sus armas y se defendían del ataque. Pero la mitad de ellos ya había muerto y estaban en franca desventaja numérica. Arex comprendió que si se unía a la lucha solo conseguiría morir con ellos. No podía hacer nada por ayudarles.

Salió de la choza y amparándose en las sombras consiguió llegar hasta donde estaban los caballos. Dos de las criaturas le salieron al paso y se enfrentaron a el, pero una vez más la espada de Arex refulgió a la luz de las hogueras y ambos seres cayeron, uno con el cráneo destrozado y el otro con las tripas colgando a través del tajo que el arma del bárbaro abrió en su torso.

Arex se acercó a su caballo Yimir, regalo de la valquiria Brunilda. El animal estaba aterrorizado por el olor de la sangre y los sonidos de la matanza pero al reconocer al hombre recobró la calma. Dejó que Arex le soltara y le condujera por las riendas hasta la parte trasera del poblado donde el bárbaro había descubierto una brecha en la empalizada por la que el corcel podía pasar sin dificultad.

Una vez al otro lado de la empalizada, Arex montó y espoleó a Yimir, que se lanzó al galope alegrándose de abandonar el lugar.

-Corre mi veloz amigo, alejémonos de aquí. Pero pongo a Odín por testigo que, algún día, volveré y exterminaré a esos demonios.

FIN

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