Hoy mi caminata por el pasillo esta siendo más amena que de costumbre, en la última habitación encontré un Mp3 con las discografías completas de Iron Maiden y AC/DC, y el pasillo me ha permitido sacarlo de la habitación. Parece que el pasillo también conoce mis gustos musicales. El Mp3 es el primer objeto que se me permite sacar de las habitaciones. Debo estar portándome bien.
Mientras continuo mi recorrido, escuchando Remember tomorrow, mi mente viaja hacia atrás en el tiempo, hasta mi primer día en el pasillo. ¿Cuanto hace ya de eso? Si las cuentas no me fallan llevo unos siete meses recorriéndolo.
Desperté muy confuso, no recordaba quien era ni donde estaba ni como había llegado hasta allí, aún sigo sin recordar nada de mi vida anterior, mi vida A.P. (Antes del Pasillo). Por delante y por detrás de mi se extendía el pasillo, con sus paredes, suelo y techo de un blanco inmaculado desprendiendo su lechosa luminosidad.
Grité
pidiendo ayuda pero solo me respondió el eco de mis gritos
reverberando en el pasillo, tras largos minutos forzando mi garganta
comprendí que no había nadie cerca, así que decidí ponerme en
marcha y buscar a alguien que me pudiese ayudar.
¿Pero
hacia que lado debía dirigirme? Supuse que realmente no tenía
importancia y encaminé mis pasos hacia el lado del pasillo al que
ya estaba encarado.
El
pasillo era interminable, y monótono, ni una puerta, ni una
estantería, ni un cuadro colgando de sus paredes, solo esa blancura
y esa luminosidad irritantes. Consulté mi cronómetro que había
puesto en marcha al iniciar mi andadura, llevaba dos horas de marcha,
que absurdo, ¿para que servia un pasillo tan largo si no había nada
en él?
Finalmente
vi la puerta. Consulté mi cronómetro, habían pasado seis horas. La
puerta se abrió al primer intento y entré. Era una habitación
cuadrada de unos tres metros de lado. A un lado había una nevera y
al lado de esta, un horno microondas sobre un pequeño armario de
cocina. En la pared opuesta había una cama que parecía recién
hecha y a los pies de la misma un armario. En el centro de la
habitación una mesa y una silla. En la pared opuesta a la que yo
había entrado se veía otra puerta. La abrí y daba paso a un cuarto
de baño consistente en un lavabo, un retrete y una ducha. En el
plato de la ducha habían dos pequeños frascos, uno de gel y otro de
champú. En una repisa sobre el lavabo una maquinilla de afeitar
desechable y un bote de espuma.
Abandoné
el cuarto de baño e inspeccioné la habitación. Dentro de la nevera
descubrí varias botellas de agua mineral y un pollo asado
pre-cocinado. Abrí una de las botellas y me la bebí de un tirón,
arrojé la botella a un cubo de basura que había al lado de la
nevera y cogí una segunda. Mientras me la bebía mas tranquilamente
abrí el armario de debajo del microondas. Dos platos y un juego de
cubiertos. En el armario cercano a la cama había unos pantalones y
una camisa, ambos de color blanco y, al parecer, de mi talla,
colgados de una percha. En el interior de un cajón descubrí una
muda de ropa interior y unas zapatillas deportivas, todo ello también
de color blanco.
Volví
al cuarto de baño e inspeccioné la ducha, funcionaba incluso el
agua caliente. No me lo pensé dos veces, estaba agotado, así que me
desnudé y me di una ducha. Al acabar me sequé con la toalla que
estaba colgada en la pared y me afeité. Dejando la ropa tirada en el
suelo fui hasta el armario y me puse la ropa interior del cajón.
Saqué
el pollo y lo metí en el microondas, lo programé y lo puse en
marcha. El interior del aparato se iluminó y pude ver como el pollo
empezaba a dar vueltas. ¡Que diablos, el trasto funcionaba! Puse los
platos y los cubiertos sobre la mesa y cuando el pollo estuvo listo,
lo puse en uno de los platos y empecé a devorarlo usando el otro
plato para dejar los huesos.
Cuando
acabé lo tire todo al cubo de basura, platos incluidos y me tumbé
en la cama, a los pocos minutos me dormí.
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A
la mañana siguiente me desperté descansado, recordé mi extraña
aventura del día anterior y un rápido vistazo a la habitación me
confirmó que no había sido un sueño. Me levanté y fui al cuarto
de baño y vi mi ropa en el suelo. Busqué en todos los bolsillos por
si encontraba una pista sobre mi identidad ya que seguía sin
recordar quien era. No había nada.
Hice mis necesidades y me duché otra vez. Me puse de nuevo la muda
con la que había dormido, ya que en el armario no había ninguna
mas. Me vestí con las ropas blancas, todas eran de mi talla, incluso
las zapatillas.
Abrí la nevera y vi un cartón de leche y un paquete individual de
cereales que no estaban allí la noche anterior. Eso me asustó,
¿Quién había dejado esas cosas allí y porqué no me había
despertado? Abrí la puerta y me asomé al pasillo, no se veía a
nadie, grité un par de veces sin resultado. Volví a la habitación
y dentro del armario de cocina descubrí un bol y una cuchara que
tampoco habían estado allí el día anterior. Todo era muy extraño,
pero hasta el momento no me había pasado nada malo, a excepción de
que no encontraba la salida de ese sitio, así que usé el bol para
tomar la leche con cereales.
Antes
de marchar cogí un par de botellas de agua para el camino pero al
intentar abrir la puerta, descubrí que estaba cerrada. Intenté
forzarla pero me fue imposible, tampoco pude echarla abajo a golpes.
De
pronto, se me ocurrió una idea que en ese momento me pareció
absurda, pero que decidí probar, por si acaso. Volví a dejar las
botellas en la nevera e intenté abrir la puerta de nuevo. Se abrió
a la primera. Comprendí que no se me permitía llevarme nada de la
habitación.
Cuando
salí, volví a poner en marcha el cronómetro, eso me hizo pensar
que, tal vez, había sido militar. Detalles como lo del cronómetro o
el haberme adaptado tan rápido a una situación tan extraña
parecían indicar un cierto grado de disciplina adquirida. Despejé
mi cabeza de preguntas y me puse de nuevo en marcha.
El
pasillo continuaba monótono sin parecer tener fin. De pronto me di
cuenta que andaba divagando con los ojos fijos en el lejano punto
donde se juntaban las lineas del pasillo. Era el típico mal que
aquejaba a los que viajaban por grandes espacios sin accidentes
geográficos. Los marinos lo llaman “ir a la deriva”, los tuareg
del desierto dicen que “el horizonte te ha atrapado.” Miré mi
cronómetro, habían pasado cuatro horas desde que salí de aquella
habitación y no sabía si había pasado de largo por alguna salida.
Decidí que no podía empezar a ir hacia atrás y hacia adelante sin
ton ni son, ese maldito pasillo ya parecía bastante largo, así que
continué mi camino.
Por
fin divisé otra puerta, consulté de nuevo mi cronómetro, llevaba
seis horas de marcha, como la otra vez. No podía ser una casualidad.
Traspasé la puerta y me encontré en una habitación prácticamente
idéntica a la anterior, solo que aquí la cama y el armario habían
desaparecido y en su lugar había un cómodo sillón.
Inspeccioné
la nevera y el contenido era el mismo que en la anterior. Aunque no
me apetecía demasiado repetir el menú de la cena, preparé el pollo
y me lo comí porque no sabía seguro cuando podría volver a comer,
aunque me imaginé que si salía y andaba otras seis horas
encontraría otra habitación como esa. Con el pollo me bebí cuatro
botellas de agua. Pensé en sentarme en el sofá para descansar un
rato, pero tenía tantas ganas de salir de allí que decidí
marcharme enseguida. Probé una vez más de sacar alguna botella de
agua para el camino pero la habitación no me dejó. Seis horas
después mi teoría se confirmó al detenerme delante de otra puerta.
La
habitación era idéntica a las otras, esta vez la cama y el armario
volvían a estar en su lugar. Inspeccioné el armario y encontré una
nueva muda completa: camisa, pantalón, ropa interior y zapatillas,
todo blanco, todo de mi talla.
En
la nevera más agua mineral y otro pollo. ¡Maldita sea ¿Es que en
este sitio no había otra cosa? Me duché de nuevo y esta vez me
senté desnudo a la mesa. Comí solo la mitad del pollo, de buena
gana lo habría estampado contra la pared, pero debía reponer
fuerzas, así que hice el esfuerzo pero fui incapaz de comérmelo
todo.
Me
senté en la cama e intenté reflexionar sobre mi situación. Todo
aquello era demasiado extraño. Ese pasillo se me presentaba
demasiado parecido a uno de esos laberintos en los que encierran
ratones de laboratorio. Tal vez eso era de lo que iba todo aquello.
Tal vez no era más que un experimento, y yo hacía de ratoncito
listo.
No
recuerdo haberme quedado dormido pero me desperté tumbado encima de
la cama. Repetí el ritual de la otra vez: ducha, afeitado, ropas
limpias y cereales con leche.
Emprendí
la marcha jurándome a mi mismo que si volvía a encontrar otro pollo
empezaría a destrozar cosas. ¡Dios, mataría por una hamburguesa
con patatas... y unos aros de cebolla... si, eso estaría bien, y...
unas birras para remojarlo ya serían la leche!
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Seis
horas después estaba ante otra puerta, en el interior lo mismo de
siempre, esta vez con sillón. Bien, empezaba a comprender algunas
cosas, era un ciclo continuo, una habitación cada seis horas de
marcha intercalándose una con cama y una con sillón. Abrí la
nevera preparándome para lo peor y casi se me desencaja la mandíbula
al abrir la boca asombrado por lo que vi.
Allí,
en el interior de la nevera, en una bandeja, habían dos hamburguesas
completas, patatas fritas y aros de cebolla, todo preparado, solo
había que calentarlo un poco en el microondas.
No
había expresado ese deseo en voz alta, de eso estaba seguro, así
que algo o alguien me había leído el pensamiento.
Junto a las botellas de agua mineral había cuatro latas de bebida.
Examiné una de las latas, era completamente blanca, no había
ninguna marca, nada. La abrí y olí el interior, era cerveza. Probé
un sorbo y sentí el ambarino líquido bajar por mi garganta. Estaba
fría y era deliciosa. me la acabé de un trago y metí las
hamburguesas y el acompañamiento en el microondas. Lo devoré todo y
me bebí las tres cervezas que quedaban luego me senté en el sillón
y me quedé frito. Me desperté después de una hora y emprendí de
nuevo la marcha. Esta vez fije en mi mente la imagen de una deliciosa
tortilla de patatas y, por supuesto, más cerveza.
Seis
horas más tarde encontré otra puerta, entré, abrí la nevera y
allí estaban la tortilla de patatas y la cerveza. Después de
terminar con la tortilla con la que me bebí dos cervezas, abrí la
tercera y me quedé sentado en la silla, evitando adrede la cama.
Quería reflexionar una vez más sobre lo que me estaba pasando.
1º-
Había perdido la memoria, o alguien o algo me la había borrado de
algún modo. Pero era un borrado selectivo, recordaba cosas como
libros, películas, música... cosas así. Pero no recordaba a ningún
familiar o amigo ni mi nombre o a que me dedicaba.
2º-
Desde que desperté en el pasillo, no había hecho otra cosa que
recorrerlo y, de momento, no parecía tener fin...
¡Un
momento, eso era! Tal vez estaba andando en un gigantesco círculo y
estaba usando las mismas dos habitaciones una y otra vez. Tracé un
plan para comprobar mi nueva teoría y satisfecho de mi sagacidad me
tumbé en la cama y una vez más me quede dormido.
A
la mañana siguiente después de la ducha y el desayuno, me dispuse a
realizar mi plan.
En
realidad, no era realmente la mañana siguiente. En el pasillo, la
cantidad de luz es siempre la misma y yo ya había empezado a
acostumbrarme a un nuevo horario. Cuando me despierto, es para mi la
mañana, independientemente de cual sea la hora real en mi reloj; me
sirvo el desayuno y empiezo mi caminata; en la siguiente puerta tomo
la comida, descanso un rato y vuelvo al pasillo; así llego a la
siguiente puerta y tomo la cena y me echo a dormir. Cuando despierto,
vuelvo a empezar. Así que tal vez la mejor forma de expresarlo
sería:
“A
la jornada siguiente me dispuse a realizar mi plan.”
Después
del desayuno cogí el cuchillo de la cena y abrí la puerta. Esta vez
se me permitió hacerlo aunque llevara el cuchillo en la mano. Fuese
quien fuese el que controlaba aquello debió leer en mi mente que no
tenía intención de llevármelo. Con ayuda del cuchillo, marqué una
gran X en el exterior de la puerta. Lancé el cuchillo que quedó
clavado en la puerta del retrete y emprendí la marcha con la imagen
de una apetitosa fabada y una botella de rioja en la mente.
En
la siguiente habitación me comí la fabada y me bebí la botella de
rioja, luego salí al pasillo sin tomarme un descanso.
Cuando
llegué a la siguiente puerta, estaba inmaculada, no se veía ni una
señal. Entré e inspeccioné la puerta del retrete. Nada, como
nueva. Abrí la nevera y me encontré con el pollo y el agua mineral.
¡Maldita sea, con la excitación de comprobar el resultado de mi
plan, no había pedido nada especial!
Cené
de mala gana y reflexioné un rato sobre lo que había sucedido en
esa jornada. Encontrar la puerta sin ninguna señal, no significaba
nada después de todo. Podía tratarse de la misma habitación y
alguien había cambiado las puertas durante mi ausencia. Solo había
un modo de asegurarme. En la siguiente jornada desandaría el camino
hasta la que, supuestamente, era la puerta que marqué.
Después
de un sueño y un buen desayuno al que esta vez recordé de añadir
un zumo de naranja, salí al pasillo y empecé a desandar el camino.
Llegué
a la puerta anterior, la de la fabada, y entré, la nevera estaba
vacía a excepción de cuatro botellas de agua mineral. Por lo visto,
alguien no quería que me deshidratara. Me bebí una y continué la
marcha. Después de seis horas, allí estaba la puerta marcada. Me
asomé al interior y vi el cuchillo clavado en la puerta del retrete.
En
la nevera solo habían las cuatro botellas de agua. Del solomillo con
el que había estado soñando todo el camino no había ni rastro. No
pude evitar pensar que me estaban castigando por saltarme las reglas
del juego. Solo podía avanzar en una dirección o moriría de
inanición. Me eché a dormir con las tripas rugiendo.
Desperté
sudoroso en medio de una pesadilla en la que un enorme pollo asado
intentaba devorarme. Me levanté y fui al cuarto de baño, la ducha
no funcionaba. El armario estaba vacío, por lo que no pude cambiarme
de ropa y en la nevera, una vez más, solo había las cuatro botellas
de agua. Me bebí dos lentamente, saboreándolas y salí, una vez más
al pasillo. Cuando llegué a la siguiente puerta el solomillo que
flotaba en mis sueños era enorme pero una vez más, solo encontré
las botellas de agua. Dormí una media hora en el sillón y continué
mi camino. Cuando regresé a la habitación donde había empezado a
desandar el camino, el ruido de mis tripas levantaba ecos en el
pasillo. Encontré mi solomillo y seis latas de cerveza. El armario
volvía a tener una muda completa y la ducha funcionaba. Por lo
visto, se había levantado el castigo. Una vez más cumplí con el
ritual. Ducha, cena y a la cama.
Cuando
desperté a la siguiente jornada, conseguí añadir a mi desayuno
unas tostadas con mermelada. Reemprendí mi camino.
Poco
a poco me acostumbre a mi nuevo ritmo de vida. Mientras ando planeo
la siguiente comida y ésta siempre está en la siguiente habitación.
También conseguí algo de lectura, creo que fue a partir de la
décima jornada, solo tengo que recordar algún título y el libro
aparece en las habitaciones con cama, ahora siempre dedico una hora
diaria a la lectura antes de acostarme.
Mi
último logro ha sido el Mp3. Y ahora, mientras escucho Highway to
Hell, me imagino un enorme plato
de espaguetis a la carbonara y una botella de vino rosado. Y, con un
poco de suerte, tal vez incluyan en mi Mp3 alguna ópera de Puccini o
Wagner. También me encanta la ópera.
FIN
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